miércoles, 7 de octubre de 2009

Antigüedad y blasones de la ciudad de Lorca//LA PARTICIÓN DE LORCA





Don Llórente dé Cuenca, Miguel de Cuenca, Gil de Cuenca, Alonfo Pafqual de Cuenca, Don Ramón de Cuenca


LA POBLACIÓN DE LORCA EN LA ÉPOCA DE JAIME II. LA PARTICIÓN DE LORCA

APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
Francisco de Asís VEAS ARTESEROS
Universidad de Murcia


Los años finales del Siglo XIII y los iniciales del XIV no pueden ser motivo de muchas
alegrías para Castilla en donde el desastroso epílogo del reinado de Alfonso X, el
mandato de Sancho IV, lleno de condicionamientos que ataron las manos del rey has-
ta que la enfermedad lo hizo desaparecer, y la minoría de Fernando IV en la que la
marea nobiliaria golpeaba las bases del poder monárquico que defendía a ultranza
doña María de Molina, eran causa más que suficiente para el desaliento de una po-
blación, la de las ciudades, villas y lugares que, si bien es cierto que no entendían de
cuestiones de alta política, si tenían la suficiente percepción como para darse cuenta
del tinglado que se estaba desarrollando a su alrededor y cuyas consecuencias mu-
chas veces padecían en sus carnes aunque no participasen activamente en ello. Va-
rios años de guerra civil y banderías nobiliarias, guiadas la mayoría de las veces por
el sólo deseo de hacer daño en los territorios rivales, dejaban sus secuelas en los
campos destruidos, aldeas desoladas y familias diezmadas, bien por las heridas de
las armas o por aquellas, menos curables todavía, que ocasionaba el hambre propi-
ciada por la falta de alimentos y las enfermedades que solían acompañar a este tipo
de carencias.
Y si eso sucedía en Castilla, en el Reino de Murcia la situación no era mucho mejor
pues, a pesar de su alejamiento de los núcleos de poder, también aquí se dejaba sentir
la anarquía manifestada, por citar un ejemplo, en la falta de organización defensiva en
la frontera granadina, donde la escasez de medios y el desánimo abrieron paso al
abandono de la vigilancia militar y a la pérdida del espíritu que llevó a los castellanos
casi hasta las mismas puertas de Granada apenas hacia 60 años. Con respecto a
Aragón, una frontera entre cristianos y siempre abierta que no separaba dos mundos
diferentes en cuanto a raza y religión como sucedía en la granadina, la situación se
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tornó dramática cuando Jaime II, aprovechando las reclamaciones de Alfonso de la
Cerda al tambaleante trono en el que estaba sentado Fernando IV, decidió hacer rea-
lidad el nunca bien oculto anhelo de rectificar los errores cometidos por Jaime I cuan-
do estampó su sello en los documentos de Almizra y cerró para Aragón la posibilidad
de participar en la lucha contra los musulmanes, mediante la invasión del Reino de
Murcia que le había donado el nieto de Alfonso X.
En Lorca también se notaron los efectos de una crisis que llegaba a los más leja-
nos rincones. Ya habían pasado los esperanzadores años en los que Alfonso X se
volcó sobre la población y la colmó de mercedes, franquicias, privilegios y donaciones
de todo tipo, en atención a la estratégica situación fronteriza de la plaza, y ahora se
imponía una realidad muy diferente que echaba por tierra las ilusiones de casi todos.
Por una parte, la frontera estaba desguarnecida y los granadinos realizarán profundas
incursiones contra las que nada salvo huir se podía hacer, y eso con mucha suerte;
por otra, consecuencia de la primera, se produjo una reducción de la superficie culti-
vada, que se manifestó en una merma de la actividad vinculada al trabajo de la tierra1,
pues al socaire del clima bélico «no senbravan ni aravan cosa ninguna»2, afirmación
del murciano Manuel de Arróniz que refleja bien a las claras la situación existente en
la zona fronteriza con Granada, donde el temor de un ataque, siempre imprevisto e
impredecible, obligaba a la adopción de drásticas medidas de seguridad y, sin duda,
la mejor era no salir ni aventurarse para realizar unos trabajos agrícolas en unos cam-
pos muy alejados de la sombra protectora de las murallas.
Pero no es solamente eso, sino que al peligro granadino se unen una amplia varie-
dad de factores negativos como las plagas de langosta y las oscilaciones climáticas
plasmadas en sequías e inundaciones que tuvieron presencia continuada lo largo de
la Baja Edad Media, ocasionando un grave perjuicio a las cosechas y también a las
maltrechas economías de los agricultores quienes, en período de sequía, veían como
se disparaba el precio del agua para riego, como sucedía en el Siglo XV en el que, en
efecto, la comarca lorquina seguía siendo «tierra que llueve poco e tarde e acostunbra
llover poco, que por las pocas aguas questa dicha cibdad tiene corrientes e por el
poco llouer, que muchos años vale vn hilo de agua para regar con el vn solo dia qui-
nientos e ochocientos e mil maravedís»3. La escasez de agua alcanzaba su punto
1 TORRES FONTES, J. y TORRES SUÁREZ, C, «El campo de Lorca en la primera mitad del
Siglo XIV», Miscelánea Medieval Murciana, XI. Murcia, 1984; p. 160.
2 A.M.L. Pleito de Xiquena, fol. 86v.
3
Ibid., fol. 39v. La reiteración en las adversas condiciones climáticas no es más que una ratifi-
cación del agobiante problema que plantean, no sólo a nivel de Lorca y su comarca, porque todo el
Reino de Murcia es zona «que muy raro y tarde llueva, segund que esto es muy vulgar en toda Castilla,
que en este Reyno de Murcia llueue muy poco e tarde». El agua, a lo largo de la Edad Media y todavía
hoy, es fundamental para el desarrollo de la población y de la agricultura lorquinas antes y después de
la conquista castellana, pues su escasez provocaría una emigración y un abandono de los campos
que, faltos de riego, quedarían incultos y yermos, tal y como señala Juan Avellán, procurador de Lorca
en el contencioso que la ciudad mantenía con el marqués de Vlllena sobre la posesión de Xiquena, ya
que si «vn solo arroyo de los dichos arroyos le fallesclese no podria ser de mas vezindad de
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culminante en el estío, cuando se sufrían las temperaturas extremas y las corrientes
fluviales terminaban por desaparecer, ocasionando no sólo la pérdida de las cose-
chas de aquellos productos para los que el riego era vital, sino también problemas
para el buen funcionamiento de los nueve molinos con dieciocho ruedas y los dos o
tres batanes que estaban en los márgenes del río, de manera que «por las aguas
pocas corrientes questa dicha cibdad tiene, los mas de los veranos van a moler los
vezinos e moradores desta gibdad a Murcia e a Caravaca»4.
Causas naturales y humanas que traen consigo una escasez de perspectivas y un
horizonte sombrío, desencadenarán una emigración de los repobladores asentados
en los sucesivos repartimientos decretados por Alfonso X y afectarán a la población
de la ciudad de Lorca cuya evolución demográfica en los años de tránsito del Siglo
XIII al XIV y en la Edad Media en general constituye el objeto del presente estudio,
aunque he de apresurarme a decir que es imposible de precisar con exactitud, un
objetivo inalcanzable, ya que la falta de documentos que permitan reconstruir total-
mente la secuencia poblacional no conduce a otro camino que la aproximación, siem-
pre incompleta, pero acaso útil para dar una idea, aunque fuere muy parcial, de lo que
debió ser la realidad.
quatrocientos o quinientos vezinos». Ibid., fol. 22. Alfonso X se da cuenta de ello y, para complementar
las aguas del Guadalentín y con ellas el regadío, concede, en 1269, al concejo de Lorca la Fuente del
Oro, para que su agua se haga circular por las acequias. TORRES FONTES, J., Repartimiento de
Lorca. Murcia, 1994; p. 52.
4
Ibid., fol. 29 y 39v. El traslado a la capital del Reino para realizar la molienda podía estar jus-
tificado porque el Segura, pese a estar también afectado por el estiaje, llevaría más caudal que el
Guadalentín pues el aporte de sus afluentes es mayor. En cuanto a Caravaca hay que señalar que el
agua era más abundante, como lo prueba el hecho de que toda la lana que se producía en Lorca se
llevaba a lavar a la sede de la encomienda santiaguista, que era el único lugar en donde había lava-
deros de lana que requerían un caudaloso aporte y, por eso mismo, también había molinos en los que
los lorquinos podían realizar su molienda. Se trata del agua de las Fuentes de Archivel, situadas en
las estribaciones meridionales de la Sierra de Taibilla, hoy término de Caravaca, con las que se pro-
yecto realizar un trasvase hasta Lorca, en donde «La notoria escasez de agua y las necesidades públicas
parece que obligaron, en el reinado de Enrique 2-, a pensar en el aumento del pequeño río de esta
ciudad». Las obras se iniciaron y por medio de minas, como trabajos preparatorios de captación, se
intentó conducir las aguas de las las copiosas fuentes de Caravaca, pero el trabajo se realizó mientras
pudieron sostenerlo los lorquinos y una vez agotado el dinero pidieron ayuda a Enrique II, quien con-
testó que «lo haría luego que se desocupara de la guerra que tenía con los Moros». No llegó la mer-
ced del rey y el proyecto se abandonó. Sería tomado de nuevo en 1500 y abandonado más tarde
debido, entre otras causas, a la ingente obra que se había de realizar con escasos medios económi-
cos y materiales y también a la tremenda sequía de 1537, que afectó hasta a las mismísimas Fuentes
de Archivel. MUSSO Y FONTES, J., Historia de los riegos de Lorca. De los ríos Castrily Guardal o del
Canal de Murcia y de los Ojos de Archivel. Murcia, 1847; p. 217. CAPEL SÁEZ, H., Lorca, capital
subregional. Lorca, 1969; p. 43. GIL OLCINA, A., El Campo de Lorca. Estudio de Geografía Agraria.
Valencia, 1971; p. 87.
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LORCA 1266-1272. LOS INICIOS DEL POBLAMIENTO CRISTIANO
LORCA EN 1300. CONTINUIDAD O CAMBIO


Los heredados solamente en la Tercera Partición son más escasos, lo cual puede
resultar comprensible si se atiende al menor número de repobladores llegados —153—
y a la marcha de muchos de ellos, de manera que solamente unos pocos de los que
quedaron podían, por su posición social representar a la ciudad. Así, se encuentran
Pedro Martín y Miguel de Cuenca, residentes en la villa de Puentes, que recibieron
cada uno cuatro tahúllas de huerta, sin arbolado, en Tamarchete26.
La permanencia de los repobladores a través del tiempo puede verse también a
través de sus descendientes, la mayoría de los cuales no solamente consolida el pa-
trimonio obtenido por su progenitor, sino que lo amplían, de manera que pueden lle-
gar a convertirse en familias con una economía y posesiones que permiten el ascen-
so social basado en una disponibilidad fuerte. Entre todos destaca el caballero Gil de
Riela, personaje con activo protagonismo en la vida ciudadana como lo prueba el hecho
de que una de las puertas de la ciudad lleve su nombre, precisamente aquella en la
que había una torre donde el concejo celebraba las reuniones antes de trasladarse a
la zona de las Plazas, muy cercana al lugar que hoy ocupa el Ayuntamiento27. Comen-
zó con la recepción de cinco caballerías en la Cuadrilla de Guillen de las Cejas y otras
dos, «por el rey», en la de Buena Fe de Castellot, todo ello en la Segunda Partición;
poco más tarde estos bienes inmuebles se vieron incrementados en la Tercera Parti-
ción con seis tahúllas de tierra para cultivar viñas y majuelos28. Lo mismo sucede con
el también caballero Martín Pérez de Teruel, heredado con 8 tahúllas de viñas en la
Tercera Partición, en tanto que su viuda, Olalla, recibía una caballería en la Cuadrilla
de Martín García y otra que había pertenecido a Gil de Cuenca en la Cuadrilla de
Guillen de los Arcos, todo ello en la Cuarta Partición, la misma en la que sus hijos
eran titulares de una caballería y cuarta, cedida a María Alfonso, esposa del molinero
Bernat, en la Cuadrilla de Martín García


33 TORRES PONTES, J., Repartimiento de Lorca; pp. 12-17. ESTAL GUTIÉRREZ, J.M. del, Op.
cit; p. 125. La relación de los 88 heredados en los repartimientos y presentes en los actos de Diciem-
bre de 1300, es la siguiente: Miguel de Alarcón, Pascual de Alcañiz, Simón de Alcañiz, Guillen Azor,
Aparicio de Baeza, Guillen Borrell, Guillen Bou, Pedro Bovet, Ibáñez de Buendía, Juan Calafat, Pedro
de Calatayud, Gil de Caravaca, Bartolomé de Castellot, Buena Re de Castellot, Aparicio de Cuenca,
Miguel de Cuenca, Juan de Chuecos, Juan Daroca, Martín Domínguez de Almohaja, Martín Domínguez

TERCERA PARTICIÓN 1272

Este es el libro de la partiqion de Lorca que fizieron Pero Ferran-
dez, arQidiano de Cuellar, clérigo del rey, el Miguel Pérez de Jahen,
et Johan Garqia de Burgos, escriuano del rey. La qual fizieron por
mandamiento del muy noble et muy alto sennor rey don Alfonso,
con conseio de omnes buenos de Lorca. Et partieron la tierra que
fallaron por dar segund que es escripto en este libro.
Esta es la huerta que partieron.
En Marchena DCCCC tahullas
A XIIII pobladores de barrio de Alcalá, que morauan y ante, que
non auien huertas, dieronles lili tahullas de huerta en Marchena,
que montan LVl tahullas. Et son estos: Pero d'Aluarrazin, Pero López
de Dúdela, Guillem Agraz, Domingo Yuste del Eglesuiela, Martin
de Fuentfria, Clemeynte del Pozo, Miguel Domingo de Vbeda, Martin
de Manetes, Bertolome Qebrian, Domingo Pérez del Eglesiuela, Do-
mingo Yuste, ballestero, Martin de Corral d'Almoguer, Matheo del
Eglesiuela, Don Pascual de Vbeda, Pero Guitart (3).
A los Vllll pobladores de los de Puentes, que pueblan en la villa,
dieronles 1111 tahullas de huerta sin aruoles en Tamarchet, que mon-
tan XXXVl tahullas, et XX de tierra de morgón et VI de tierra de
fondón. Et son estos: Pero Martin, Domingo Pérez, Per Aluarez,
Miguel de Cuenca, Donna Mathea, Don Guillem, Donna Marsilia, Pero
de Valbuena, Pero Ortiz.

TERCERA PARTICIÓN DEL REPARTIMIENTO DE LORCA

Por Julio Torres Fontes


La adquisición en 1981 por el Centro Nacional del Tesoro Documen-
tal y Bibliográfico del manuscrito correspondiente a la tercera partición
del Repartimiento de Lorca supuso, no sólo la recuperación de un valioso
documento, sino que pone a disposición del investigador una fuente
historiográfica que reúne todas las características propias de haber sido
redactado y escrito en el siglo XIII y que bien pudiera ser el ejemplar
original destinado a los jurados del concejo lorquino.
Su estudio y cotejo con los manuscritos que se conservan en el Archi-
vo Municipal de Lorca proporcionan datos suficientes para que podamos
afirmar el extraordinario interés que tiene, por cuanto responde plena-
mente a todo cuanto entonces se hizo, aparte de rectificar diversos nom-
bres mal transcriptos, conocer otros que fueron omitidos, así como preci-
sar cantidades erróneas también incluidas en la copia del siglo XVI que
publicamos al efectuar la edición del Repartimiento de Lorca en 1977.
La mediocridad del traslado era tan evidente que ya entonces llamá-
bamos la atención de sus deficiencias al decir que la «reiteración de di-
versos errores que no parecen responder a una primera redacción», lo
que hoy, a la vista de este manuscrito y al cotejar una y otra versión,
permiten confirmar nuestra apreciación y reiterar cuantas observaciones
que hicimos, aunque las diferencias sean mayores de las que cabía intuir.
Lo son en el aspecto lingüístico, al ofrecer sin vacilaciones ni cambios,
de forma regular y mantenida iguales expresiones, grafías, preposiciones.
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JUAN TORRES FONTES
diptongos y tantas otras formas gramaticales que su estudio en este
aspecto puede proporcionar un tipo de escritura típicamente castellano,
sin esos catalanismos expresivos que se aprecian en otros Repartimientos
murcianos a causa de la intervención de escribanos de este origen, pese
a que la antroponimia señala abundante número de pobladores proce-
dentes de la Corona de Aragón.
Llamábamos entonces la atención al comentar la «Tercera partición»,
que la transcripción indebida de «at.» por aranzada en el manuscrito del
siglo XVI, no sólo rompía la regularidad de las medidas de superficie
empleadas en la primera parte de esta partición: tahullas y estadales,
sino que implicaba la adjudicación de heredamientos desmesurados y
contrapuestos con los otorgados anteriormente en la misma partición.
Este manuscrito no ofrece duda alguna de que las tierras que se conce-
dieron lo fueron por sus medidas en tahullas y estadales, y esta regula-
ridad fue sólo alterada por una inserción posterior, que en grafías de
menor tamaño y apretadas líneas se incluye tiempo más tarde, aunque su
diferencia cronológica no se pueda precisar, y que en nota indicamos.
Pero también en esta versión subsiste un error, ya denunciado en la
edición del traslado del siglo XVI, como es el escribir Gil por García,
apellido del escribano oficial de la partición: Juan García de Burgos, si
bien, más adelante, se redacta de forma correcta, lo que parece indicar
que fue un simple error del escribano que efectuó esta copia para los
jurados del concejo lorquino; lo que al mismo tiempo pone de manifiesto
que el traslado del siglo XVI se realizó precisamente de este documento
que ahora publicamos.
La que denominamos Tercera partición del Repartimiento de Lorca
tiene lugar entre septiembre de 1270, en que Alfonso X aprobaba lo
realizado hasta entonces, y 7 de agosto de 1272, fecha oficial de su termi-
nación. Nuevos partidores con la doble misión de revisar lo hecho en el
segundo reparto, apreciar ausencias o incumplimiento de la obligada
vecindad, apropiaciones indebidas, tierras no registradas y sin dueño,
así como todo cuanto se hallara fuera del marco establecido por las dispo-
siciones reales; por otra parte, asignar nuevas concesiones de tierras e
incluso comprobar el cambio acordado con un grupo de pobladores que
apetecían tierras más aptas para la plantación de viñedos y majuelos, en-
tregando a cambio igual cantidad de tierras de fondón, destinadas a cereal.
Los partidores, como base de partida y a tenor de lo contenido en el
libro de !a segunda partición y de cesiones posteriores, así como contan-
do con la incorporación de tierras ocultas o ignoradas, cifraron sus posi-
bilidades de entrega en mil cincuenta tahullas de huerta, mil seiscientas
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TERCERA PARTICIÓN DEL REPARTIMIENTO DE LORCA
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de morgón y novecientas de fondón, a las que agregaron otras ochocientas
tahuUas destinadas para la plantación de viñas, con las que a su vez obten-
drían igual cantidad al hacerse efectivo el cambio conforme se había
convenido. Estas cifras, tan redondas, por centenas completas, era el
renglón fijado por los partidores, que en la práctica no sería nunca igual;
además, hay que contar con las acostumbradas deficiencias que los escri-
banos introducen inadvertidamente al efectuar la reproducción de las
tahullas entregadas, por lo que las cifras son casi siempre un tanto
equívocas.
De las mil cincuenta tahullas de huerta en Marchena y Tamarchete,
arboladas y desarboladas, presupuestadas, lo entregado quedó muy cer-
cano, ya que se sumaron mil sesenta y siete tahullas; no sucede lo mismo
con las mil seiscientas de tierra de morgón, pues quedaron reducidas
a mil trescientas cuarenta y, al contrario, las de fondón, pues de las
novecientas programadas se asciente a mil noventa y siete, tal como se
aprecia en las sucesivas concesiones de cada «na de ellas.
Consecuencias semejantes se produjeron en la entrega de las ocho-
cientas tahullas para majuelos, si bien se indica que aparte de ellas habían
unos «pedazos que hallaron que eran del rey», y no muchas, pues la
suma total fue de ochocientas siete tahullas y sesenta y ocho estadales,
indicativo de la precisión y medidas que se tuvieron en la entrega y revi-
sión por los partidores. Y en esta vía de pequeñas variaciones se encuen-
tran las ochocientas tahullas entregadas por el cambio para viñedos, pues
las concesiones se reducen a setecientas cuarenta y seis, adjudicadas a
setenta y dos pobladores, con la nota de que cincuenta y cinco de ellos
reciben lotes de nueve tahullas, trece suben a quince y sólo cuatro dispa-
res: con veinte, doce, veinticinco y tres tahullas y treinta y tres estadales.
Por otra parte fueron nominados trece ausentes, que pierden cinco
casas y unas doscientas tahullas que se entregan a nuevos pobladores.
En cambio no es posible, por la falta de la segunda partición, cifrar el
número de nuevos pobladores.
Como indicábamos en la edición del Repartimiento, conviene subrayar
de nuevo la intención de las autoridades castellanas, que se advierte en
esta partición, de su propósito de reforzar las defensas de Lorca con el
asentamiento de pobladores junto a la guarnición de la fortaleza. El cam-
bio de coyuntura y las perspectivas que presentaba la frontera granadina
obligaban a adoptar las medidas y precauciones necesarias para garan-
tizar la seguridad de la plaza lorquina y tras de ella de todo el reino
de Murcia. Y la impresión que se obtiene es que el repliegue había co-
menzado y empieza el abandono de las comarcas más alejadas del centro
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JUAN TORRES FONTES
lorquino. Es el caso concreto de Puentes, en donde pudo quedar guar-
nición, pero no pobladores, quienes de forma escalonada fueron reinte-
grados a Lorca, pues a veintitrés de ellos los «pusieron» en la torre del
Espolón, con la concesión a cada uno de veinte tahullas de huerta en
Marchena, veinte de morgón y veinte de fondón; un segundo grupo de
once pobladores de Puentes fueron asentados en el barrio de Alcalá, con
menor dotación, pues la «mejoría» fue de seis tahullas de huerta «n
Marchena, más quince de morgón y quince de fondón; tun tercer escalón
de igual procedencia formado por nueve herederos, pasaron al interior
de Lorca «a la puebla en la villa», a los que se les otorga cuatro tahullas
de huerta sin árboles, veinte de morgón y seis de fondón.
Y en esta programación defensiva se encuentra la concesión de dos-
cientas cincuenta y nueve tahullas de huerta arbolada en Marchena y
trescientas tahullas de fondón a los que residían en el alcázar lorquino;
a ellos se suman dos especialistas, que se consideran necesarios y a los
que se premia con nuevas tierras, a un herrero porque «sube» a la forta-
leza y a un carpintero porque «suba». Se completa con la estancia y
permanencia de Domingo Aparicio, «maestro de la torre», constructor de
la torre alfonsí, de Domingo García, cantero y su suegro que debía tener
igual profesión.
Refuerzo de la fortaleza, aumento de guarnición y pobladores, con
obligada prestación militar caso necesario en el alcázar y disposiciones
complementarias ante un horizonte amenazador que, con acierto, fueron
adoptándose a tenor de las circunstancias. Una de ellas había sido ya
en 1265 con la concesión del quinto de las cabalgatas y exención de las
presas que hiciera cuantos «caualgaren de Lorca, caualleros et adalides
et almugauares de cauallo, et almocadenes et vallesteros et peones»,
esto es, la totalidad de las clases sociales asentadas en Lorca, en perma-
nente servicio de armas. La pérdida en 1264 de la amplia comarca com-
prendida desde Lorca al valle del Almanzora, hasta entonces protecto-
rado castellano y donadío del infante don Felipe, y que se decide su
abandono tras la recuperación del reino de Murcia en 1266, no supuso
pérdida económica para don Felipe, pues Alfonso X «como quier que non
fuese suya nin vuestra, davavos de cada año la renta della». Decisión que
respondía a una disposición estratégica y comprensiva de la dificultad
de su defensa, y su consecuencia es la configuración de una frontera inva-
riable, aunque permeable, con dos siglos y medio de duración, con Vera
a un lado como plaza fuerte granadina y Lorca a la otra parte, base ftan-
damental de todo el sector murciano. A todo ello responden estas medi-
das previsoras que se adoptan en el tercera partición del Repartimiento
de Lorca

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